Para Fernando Botero (Medellín, Colombia, 1932-Mónaco, 2023) “pintar era como tomar helado de chocolate”, la pintura era su vida, y la vida una celebración. Con estas breves afirmaciones resume su hija, la productora, comisaria e interiorista Lina Botero Zea (Bogotá, 1958), buena parte de la esencia de la pintura del maestro colombiano, a quien no recuerda haber visto ni un solo día de su vida sin pintar o dibujar.
Ya desde su infancia admiraba la pasión de su progenitor: “Yo lo que más le envidiaba era que tenía un brillo en los ojos como de niño chiquito. Era increíble, cuando yo era pequeña, me parecía que mi papá era un ser mágico, porque todos los demás papás eran hombres de empresa, abogados… y cuando tú eres niño lo único que quieres es pintar y dibujar, y mi papá eso era lo que hacía. Me parecía que había un mundo mágico en su mundo”, recuerda sin disimular la emoción que le suscita la evocación de la energía del artista.

Fernando Botero: 'El presidente y sus ministros', 2011
Lina, como sus hermanos Fernando y Juan Carlos, crecieron conscientes de que para su padre “no había nada más importante que su trabajo y su pintura; y nos inculcó también ese respeto por el trabajo de un artista, que me parece fundamental. No hay nada más importante que la vocación y la pasión de una persona, por eso lo que hay que hacer es fomentar y apoyar esa pasión”. Ella llegaría a convertirse en su más estrecha colaboradora, y asegura que todavía oye cómo le habla su padre.
Ahora, junto con la co-comisaria Cristina Carrillo de Albornoz, presenta una amplia selección del trabajo del artista en Barcelona, en el Palau Martorell, en una exposición producida por Arthemisia, que quiere poner de relevancia la excelencia de Botero en las diferentes técnicas artísticas, así como su relación con España y la importancia de los referentes de los que aprendió y en los que siempre se inspiró.
/ “Lo que más le envidiaba era que tenía un brillo en los ojos como de niño chiquito”, dice Lina Botero de su padre
A pesar de que su vida no estuvo exenta de dolor y tragedias, y aunque la exposición también reserva un espacio a las obras que el artista dedicó a la violencia que castigaba su país y el horror que le causaron las imágenes de las torturas en la prisión de Abu Ghraib (Irak), la hija insiste en recordar la vital entrega a la que fue su pasión y el optimismo de su padre: “Mi papá era una persona de una alegría absoluta, se ve en el humor que tienen sus cuadros. Estaba lejos de ser una persona melancólica o lúgubre”.
Ella nació el mismo año en que su padre pintó uno de los cuadros más destacados de la exposición de Barcelona, Homenaje a Mantegna , con el que obtuvo el primer premio en el XI Salón Anual de Artistas Colombianos, en 1958. La pieza se muestra por primera vez en esta exposición. Se le había perdido la pista durante décadas, hasta que la sala de subastas Christie’s informó recientemente a la familia de su salida a la venta y de que la había adquirido una prestigiosa colección de Estados Unidos.

Fernando Botero: 'La Fornarina, según Rafael', 2008
Su fascinación por dialogar con la pintura italiana de todos los tiempos y su capacidad para entender y actualizar los vastos universos de otros genios de la pintura es uno de los méritos por los que sus descendientes, estudiosos y admiradores reclaman para Botero un lugar de honor en el canon de los grandes maestros. Así lo defiende la exposición que acoge el Palau Martorell y que sus hijos vinieron a presentar a Barcelona a mediados de febrero después de su paso por Roma.
En México y sus muralistas, en opinión de su hija, el genio de Medellín aprendió a mirar su propia realidad y a aferrarse con más fuerza a las raíces de su Colombia natal. Gigantes de uno y otro lado del océano. Velázquez fue otro de los pintores que versionó. En el Palau Martorell puede observarse una Menina sin firmar porque, como cuenta su hijo Juan Carlos, lo realizó siguiendo las descripciones que Ingres escribió a un amigo cuando creyó descubrir los secretos estilísticos del genio de Sevilla. Al de Medellín le pareció que el cuadro que había resultado finalmente pertenecía más a Velázquez que a Fernando Botero.
/ “Cuando eres niño lo único que quieres es pintar y dibujar, y mi papá eso era lo que hacía, me parecía un ser mágico”, explica la hija de Botero
Veló porque sus hijos fueran capaces de construirse su propio mundo mágico tal y como él lo había hecho. Lina y sus hermanos residieron un tiempo en París con su padre: “Entonces, en lugar de preguntarnos por nuestras calificaciones en la escuela, nos preguntaba si habíamos ido a ver las películas de Fellini o de Vittorio de Sica o qué exposiciones habíamos visto o qué libros habíamos leído”.
Afirma la co-comisaria de la muestra, Cristina Carrillo de Albornoz, que Lina “heredó el ojo de su padre y la estética de su madre”, Gloria Zea, quien llegaría a ocupar, entre otros cargos, la dirección del Museo de Arte Moderno de Bogotá, de la Ópera de Colombia y de la entidad que se transformaría en el Ministerio de Cultura. Esa mirada y esa estética se fueron moldeando cada día que Lina asistió al maestro en su taller.

Fernando Botero: 'Baño del Vaticano', 2006
En el 2012 recibió el encargo de comisariar la gran muestra organizada por el Museo Palacio de Bellas Artes de México para celebrar los ochenta años del artista. Siguieron otras exposiciones en China, Roma o Madrid. Recuerda especialmente el último año, cuando ya estaba reducido por la enfermedad y por la tristeza de haber perdido a su última esposa, Sophia Vari, y ella lo acompañaba cada día al estudio, “su recinto sagrado”, comenta.
Las conversaciones se producían al finalizar la jornada de trabajo, porque en el interior del taller aparentemente se obraban varios milagros: la encarnación de sus obras, por un lado, y el rejuvenecimiento del artista por otro, ya que “parecía como si de repente perdiera diez años. A sus 91, se movía por el estudio ágilmente, extasiado. Y yo veía lo que estaba pintando, que eran unas acuarelas con una frescura increíble y con un trazo de hombre joven, pero detrás de su mano estaba la experiencia y la carga de tantos años de trabajo”, recuerda.

Fernando Botero: 'El Picnic', 2001
El universo imaginativo creado por el artista sigue bien vivo y no deja de expandirse. Lina, con sus dos hermanos, Fernando y Juan Carlos, han creado una fundación para seguir difundiendo el legado del padre, pero, también, para seguir descubriéndolo. Tras la muerte del maestro, en septiembre del 2023, fue tarea de los hijos inventariar y recuperar las obras acumuladas en los talleres de París, Colombia, Nueva York y Montecarlo.
“Me llena de orgullo sentir que, junto con mis hermanos, estamos continuando el legado de mi papá a través de la Fundación Fernando Botero, a través de la organización de importantes exposiciones internacionales y a través de publicaciones y de material audiovisual. Me enorgullece la responsabilidad que nos ha caído y es una forma extraordinaria de comunicar este universo tan completo y esa riqueza que es su mundo”, detalla.
Entre los hallazgos que se han dado en los últimos años, se encuentra un conjunto de pinturas que el artista había pretendido olvidar, o por lo menos mantener lejos, en el estudio de Nueva York, tras la muerte de su hijo Pedrito –está presente en un retrato en pastel de la exposición– en 1974. La tragedia marcó la obra de Botero y su vida, y se divorció de su segunda mujer, Cecilia Zambrano.
Cuando Lina y sus hermanos acceden al almacén donde se guardaban esas obras es uno de los momentos más emotivos del documental Botero, estrenado en el 2019, que ella produjo y dirigió el realizador canadiense Don Millar. Una nueva entrada en el universo imaginativo de un hombre que se empeñó en convertir la vida en una celebración.
Fernando Botero. Un maestro universal. Comisariada por Lina Botero y Cristina Carrillo de Albornoz. Palau Martorell, Barcelona, www.palaumartorell.com. Hasta el 20 de julio