- El trumpismo ha lanzado un doble ataque contra el proyecto europeo: uno directo a través del discurso del vicepresidente J.D. Vance en la Conferencia de Seguridad de Múnich y otro simbólico con la exclusión de Kiev y Bruselas de la mesa de negociación sobre Ucrania. ¿Con qué objetivo?
- Ambas intervenciones han puesto en evidencia que el programa de Trump es más ideológico que transaccional. Está aplicando criterios que no tienen que ver con lograr objetivos pragmáticos para mejorar la situación de EEUU en el mundo. El hecho de que el discurso de Vance fuera exclusivamente ideológico, atacando un punto muy sensible de la política interior alemana como es el cordón sanitario con la extrema derecha; la forma en la que se está apartando a Zelenski de la solución de la guerra de Ucrania, el rechazo a la adhesión de Kiev a la OTAN... todo eso no son buenas bazas negociadoras. Algunas de ellas ni siquiera son posiciones consensuadas dentro de la Administración, dan la impresión de ser improvisadas. Aunque si la respuesta de Putin es ampliar sus exigencias hasta extremos que ni el propio Trump pueda aceptar, podríamos encontrarnos con un cambio de rumbo en un plazo no tan largo.
- De momento Trump ha asumido el relato de Putin hasta el punto de culpar a Zelenski de la guerra.
- Parece que el plan de reconciliarse y establecer una nueva relación con Rusia es absolutamente prioritario para Trump, por encima de cualquier otra consideración. Y que no se trata tanto de un objetivo táctico como estratégico, de un fin en sí mismo.
- ¿Qué precio puede pagar el propio Estados Unidos por este vuelco?
- El sacrificio en términos de influencia, de poder blando, es enorme. En muy poco tiempo, la capacidad de la influencia global de Estados Unidos está cayendo en picado, y ese hecho de quemar puentes con aliados como, por ejemplo, los del Este de Europa y de otras zonas del mundo que consideran su actitud una injerencia inadmisible puede hacer que incluso él mismo reflexione. Es pronto aún para hacer una valoración. Habrá que ver lo que sucede, por ejemplo, mañana en Alemania. Qué resultado logra la extrema derecha de AfD y el grado de adhesión con el que cuenta el proyecto de los conservadores de la CDU, para evaluar las bases sobre las que el futuro canciller, eventualmente Friedrich Merz, podrá negociar con Trump como alemán y como europeo.
- ¿Cree que el presidente de EEUU reconsiderará la ruptura con Europa?
- Puede llegar a verla como una medida demasiado radical en un contexto en el que los desafíos globales para EEUU venían de China y no de las diferencias ideológicas, pero puntuales, con los Estados de la UE.
- El hombre fuerte de Trump, Elon Musk, uno de los arquitectos de la desinformación en EEUU, ha intervenido directamente en mítines de la AfD instando a los alemanes a no pedir perdón por su pasado. ¿Está calando ese revisionismo en un país tan consciente de su propia Historia?
- No creo que ese discurso del orgullo nacional como reivindicación de una Alemania eterna y olvido de los años 30 tenga demasiado recorrido ahora. La clave del éxito electoral de AfD ha sido, como en otros países, el desencanto generalizado de la población ante los efectos de la globalización y la sensación de que el mundo se reparte de forma injusta.
- Igual que en EEUU.
- Se trata de un fenómeno global, aunque en Alemania ha habido dos cuestiones que han echado leña al fuego: la primera, una percepción muy negativa de la inmigración, que tiene su origen en la crisis de 2015 y la llegada de refugiados sirios y afganos, que fueron recibidos con un sistema muy generoso de integración que no ha acabado de tener éxito. Es un hecho que los episodios de violencia y una cierta zozobra del ciudadano, sobre todo en la Alemania Oriental, han sido alimento para la extrema derecha. La segunda cuestión ha sido la guerra de Ucrania. Rusia ha sido siempre un factor desestabilizador en la política alemana, un país que tiene muchas resonancias, también nostálgicas, para los ciudadanos orientales. Es aquel mundo distinto al modelo capitalista que triunfó en Alemania y que ahora produce angustia y miedo. Eso, por ejemplo, lo ha sabido capitalizar Sahra Wagenknecht, líder de un partido de izquierdas que ha insistido curiosamente en un discurso antiinmigratorio y prorruso que ha traído muchos votantes.
- Es decir hay dos partes en esta desafección a los partidos tradicionales. Una coyuntural, la guerra, y otra estructural, la gestión migratoria.
- El fenómeno migratorio es muy complejo de abordar y ha sido azuzado por algunos episodios de violencia. Pero el discurso antiinmigración no está teniendo más éxito en Alemania que en Francia.
- ¿En qué medida se puede achacar el auge de la ultraderecha a la debilidad del Gobierno de Olaf Scholz?
- La AfD llevaba tiempo con un curso de crecimiento importante. Es verdad que existe un desencanto mayor con esta coalición, que ha empujado incluso algún votante de la CDU a votar a un partido antisistema para dar un toque de atención. Hay un fenómeno muy curioso que hace años me explicó el presidente Frank-Walter Steinmeier: en el 80% de los casos y con esta estructura de partidos que rechazan unánimemente el gobierno con la ultraderecha, las grandes coaliciones son casi inevitables. Eso provoca un desgaste del sistema y hace que los extremos resulten más atractivos.
- Que parezcan la única alternativa.
- Tengo amigos del bando socialdemócrata y del bando de la CDU que dicen que el único cambio que habrá tras las elecciones es que el canciller será conservador, pero algunos de los ministros del Gobierno vendrán del partido socialdemócrata que hoy gobierna. Es decir, que no va a haber un elección novedosa, ni un nuevo comienzo, el cambio será conservador en el sentido político, de continuidad. Y eso a la gente que cree que Alemania necesita reformas profundas le molesta.
- Lo que sí parece es que en los últimos años hay una enmienda al legado de Angela Merkel.
- Merkel dejó una extraordinaria herencia en términos de estilo personal y calidad política. Yo tuve la suerte de trabajar con ella y admirar su capacidad de consenso y su forma de abordar los problemas políticos: un análisis racional, inteligente, desapasionado, fuera de prejuicios ideológicos. El problema que algunos vimos entonces fue en gran medida la dependencia energética de Rusia. No en términos de aprovechar la energía barata, que le daba a su industria un enorme margen de competitividad, mejores puestos de trabajo, mayor productividad... sino en el sentido de no acompañar todo eso de planes B. El cierre de las centrales nucleares, la falta de aprovisionamiento de otras fuentes de energía, la escasa inversión en política energética... Eso no resulta justificable. En cuanto a la crisis migratoria de 2015, que yo viví de cerca, hubo cosas que podrían haberse hecho mejor. La primera y más importante, haber compartido sus intenciones con los socios europeos.
- ¿Hubiera sido necesaria una gestión conjunta a nivel europeo?
- Sí, pero Merkel no fue una canciller de largo plazo. Aunque es cierto que nadie pensaba entonces que Putin fuera a invadir Ucrania y a poner en riesgo la seguridad de Europa.
- Esa seguridad depende hoy más que nunca de los europeos, ante el repliegue de Estados Unidos. En ese sentido Von der Leyen pide una «mentalidad de emergencia» para impulsar la autonomía estratégica.
- Los europeos hemos tenido un dividendo de paz y protección por parte norteamericana que ha hecho posible que los Estados miembros gastaran menos en seguridad de lo que deberían haber afrontado de ser autónomos. Ahora la disyuntiva no es si subir o no el gasto militar, sino cómo. ¿Queremos ser vulnerables, depender de otros para nuestra seguridad? Necesitamos poder responder si nuestro modelo es atacado.
- ¿Cómo puede hacerse comprender a la opinión pública europea que la UE, que nació como un proyecto de paz, tiene que invertir en Defensa?
- En la geografía europea ese gasto militar ya es potente, aunque quizá no esté bien distribuido en las zonas que notan más el riesgo. Países como Reino Unido, con una tradición de presencia global; Polonia, en la frontera con Rusia; incluso Grecia... se han sentido amenazados tradicionalmente y han tratado de impulsar la autonomía estratégica independientemente de su condición de europeos. Nosotros tenemos que comprender que el ataque a Ucrania y la inestabilidad en las fronteras necesitan una respuesta para defender nuestros valores y nuestro sistema. Esa conciencia que hasta ahora no teníamos despertó con la guerra rusa.
- Trump ha oficializado otra guerra, la comercial, con aranceles que apuntan directamente a Europa. ¿Cómo puede defenderse el continente?
- Lo primero que hay que ver es si hay alguna zona de aterrizaje, teniendo en cuenta que Trump piensa que el comercio internacional es un juego de suma cero, cosa que va en contra de la tradición liberal que Occidente ha defendido durante décadas. Si puede llegarse a algún compromiso, si comprando gas licuado, u operando en el sector de defensa, si haciendo algunas transacciones en el ámbito industrial... podemos mejorar esa situación. Si no es así hay que pensar qué medidas debemos tomar para protegernos. Las hay de dos tipos. Usted me pone una barrera comercial, yo le pongo una equivalente. Otra respuesta puede plantearse en términos más generales. ¿Cuál es la relación económica de Estados Unidos con Europa? No se trata solamente de comercio de mercancías, sino de servicios que pasan también por el ámbito digital. Y apuntar contra estos sectores.
- Reformular la relación transatlántica será difícil con un socio que coacciona y reniega del multilateralismo.
- El multilateralismo por el momento está muerto. Nosotros no vamos a a tratar los temas con Estados Unidos en un ámbito multilateral, sino bilateralmente. La esperanza es que en ese diálogo se encuentre una zona de compromiso. Aunque sea difícil. La Comisión Europea está intentando abordar esta crisis desde la paciencia estratégica.
- En una tribuna reciente en este diario contemplaba el regreso de Trump como una oportunidad para Europa. ¿En qué sentido?
- La Unión Europea es un proyecto político que nace al amparo del aliado americano. Sin Estados Unidos no se entiende la integración europea, porque es un plan que se desarrolla con el apoyo de Washington de forma muy clara después de la Segunda Guerra Mundial. Ahora, de repente, nos encontramos en una fase de madurez en la que la Unión debe ser adulta para no necesitar de manera casi vital el sostén norteamericano. Con esto no digo que no sea bueno tenerlo, sino que es necesario abordar la construcción europea como si no existiera esa muleta de Washington. Hay una oportunidad para crecer en integración política.
- En el ámbito económico y tecnológico, Europa parece encajonada entre los dos polos de la Nueva Guerra Fría: EEUU y China. Es decir, obligada a elegir entre un aliado tradicional pero poco fiable y una dictadura. ¿Existe una tercera vía?
- Eso siempre ha sido así, incluso por su situación geográfica. Antes era Rusia y ahora es China. El privilegio de la geografía sólo lo tiene EEUU, que tiene una capacidad de defenderse muy autónoma por su distancia tanto del Pacífico como del Atlántico, y unos vecinos que no constituyen una amenaza a su integridad territorial o su modelo de sociedad. Europa ha vivido siempre en esa especie de encajonamiento, que ha condicionado su política exterior. La globalización del siglo XX nos dio una oportunidad para equilibrar esta situación, aunque es cierto que ahora está algo más en riesgo. La clave es buscar alianzas que nos ayuden a no estar solos, y que, aunque no lleguen a contrarrestar el debilitamiento del vínculo transatlántico, una grave pérdida para Europa, sí lo mitiguen.
- ¿Dónde habría que encontrarlas?
- Está por ejemplo el Mercosur, un acuerdo que la jefa de la Comisión aceleró recientemente, pero también en la India, por ejemplo. Aunque todo apunta a que si Europa no hace bien los deberes en el interior, si no adquiere autonomía económica, política y de seguridad, nadie se la va a tomar en serio. Ese es el reto: no tener tanto un caparazón como una columna vertebral que nos articule y que nos haga fuertes dentro y fuera del continente.
- Mario Draghi ha señalado las carencias de esa UE invertebrada: entre ellas la falta de competitividad y el exceso de regulación.
- El elemento fundamental es la capacidad fiscal. Europa no la tiene. Su presupuesto representa apenas el 1% del Producto Interior Bruto de los Estados miembros. Con eso no se pueden financiar políticas públicas colectivas. Por ejemplo, una política de defensa europea necesitaría de un presupuesto para poder integrar los sistemas de armamento y las adquisiciones públicas. No es que el presupuesto europeo en defensa sea irrelevante, pero es claramente insuficiente para fomentar una integración de nuestros sistemas de defensa. Sin capacidad fiscal tampoco podemos hacer políticas relevantes para defender el mercado interior. Así que en el momento en que se producen crisis hay rupturas del sistema. Y la segunda pata es la regulación. Es muy importante que los agentes privados recuperen su espacio de iniciativa y de capacidad para innovar.
DNI
Nació en Madrid en 1961. Trabaja como líder en asuntos públicos europeos de Llorente y Cuenca.
Diplomático desde 1987, ha sido director general de Política Exterior para Europa y embajador de España en Alemania. Da clases de Política Europea en la American University de Washington.